Día de todos los Santos

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Celebración 1 de noviembre

La santidad es nuestra casa. Cuando por diferentes razones estamos fuera de casa, añoramos y queremos y deseamos volver a casa. La Navidad es uno de esos momentos en que los que están fuera y pueden, regresan a casa y qué felices estamos de regresar a casa.

La santidad es ese deseo de estar en casa con los nuestros, de vernos, abrazarnos, dialogar, ver cómo estamos, qué hemos hecho…

Las lecturas de este día de todos los santos, nos recuerdan en primer lugar que todos estamos llamados a la santidad, es decir a regresar a casa, y que todos tenemos espacio en esa casa que es la casa del Padre. Alí nos dice el libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14, en la primera lectura, que nos encontraremos con Dios nuestro Padre y con todos los que allí le adoran y gritan con voz potente: «la victoria es de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero». Esto es, que la victoria no es del mal, aunque estemos rodeados por el mal; que la victoria no es de la muerte, aunque estemos rodeados de muerte y la muerte acontezca en nuestra vida. La victoria no es del pecado, aunque experimentemos el pecado en nosotros y en los que nos rodean. «La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero». Por tanto, «sea la alabanza, la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza a Dios por los siglos de los siglos». Y terminaba diciendo que: «estos son los que vienen de la gran tribulación: han la vado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero». Los santos son los que han llegado a la casa del Padre, al cielo, porque han estado y vivido con Cristo. Su sangre les ha salvado, les ha redimido, curado, alimentado.

La segunda lectura de Primera de Juan 1Jn 3,1-3, nos recuerda que, entonces es cuando se manifestará lo que realmente somos. Todos tenemos lo mismo: defectos, debilidades, distracciones, flaquezas, pero por encima de todo esto, somos hijos, hijos amados, hijos queridos. Esto que ahora no vemos o lo vemos mal, entonces lo veremos con total claridad y nos encontraremos por tanto con nuestro verdadero yo. Gracias a Cristo hemos podido renunciar a nosotros mismos, para encontrarnos con nuestro verdadero ser, nuestro verdadero yo. Pues, «hemos lavado y blanqueado los vestidos con la sangre del Cordero».

El Evangelio, es el Evangelio de las bienaventuranzas: Mt 5,1-12ª, Vivir las bienaventuranzas es vivir según Cristo, pues él es el que las ha vivido. El se ha hecho pobre por nosotros, se ha hecho manso y ha llorado por nosotros, ha padecido por nosotros hambre y sed de justicia, también ha sido misericordioso con todos, limpio de corazón, y dador de paz. También ha sido perseguido por causa de la justicia. Por último, y de este modo, las bienaventuranzas nos invitan a sabernos dichosos cuando vivimos también estas cosas, por su causa, porque entonces comprenderemos que solo en el cielo podremos ser felices de verdad solo allí será colmada nuestra esperanza y solo allí encontraremos todo lo que hemos buscado y deseado, aunque sin encontrarlo.

Ser santo, es por tanto, vivir con Cristo, estar con Cristo alimentarnos de él, seguir sus pasos, morir con él y resucitar con él. Seamos santos, no necesariamente, santos de hornacina, sino santos de la puerta de al lado, como tantas veces nos ha recordado el Papa Francisco. Santos que encontramos cada día en el metro, en el mercado, en la oficina, en el trabajo. Santos que sufren, lloran y oran continuamente, mientras aguardan la llegada a su verdadera Patria, su verdadero hogar, su verdadera y ansiada, felicidad.

Fuente: Contemplar y Proclamar blog

Imagen: ngenespanol.com

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