Jesús calma la tempestad

El mar, en la antigüedad era símbolo del enorme poder de la naturaleza y consiguientemente de un misterio profundo e impenetrable, pero también de un mundo amenazador y destructivo. La primera lectura nos presenta un breve fragmento del libro de Job 38,8-11, que podemos leerlo desde el Evangelio de hoy (Jesús que calma la tempestad) o desde su contexto originario.

El texto, nos permite reflexionar sobre el sentido del sufrimiento y del mal entre los hombres. El autor de este libro se encuentra ante una grave dificultad consistente en que los criterios retributivos antiguos (los buenos tienen muchos bienes en cambio no así los impíos) no satisfacen, pero aun teniendo la habilidad de plantear el problema no alcanza a resolverlo.

Igualmente, nos invita a reconocer el señorío de Dios sobre la naturaleza, de manera que el creyente que reconoce este señorío de Dios, queda libre del miedo que conduce a la idolatría y que implica la sumisión a las fuerzas naturales. De este modo, el creyente puede invocar el nombre de Dios y abandonarse con confianza a su señorío protector.

La segunda lectura, es de 2 Cor 5,14-17 y nos enseña a vivir para Cristo, que ha muerto y que ha resucitado por todos y no para nosotros mismos, ello implica, cambiar de mirada, es decir, pasar de las relaciones instrumentales, guiadas por la consideración de los otros sólo como medios para nuestros fines, a unas relaciones basadas en el ser, en la acogida de los otros como valores, como personas que tienen una dignidad inalienable. De este modo, el que vive en Cristo es una nueva creación, de modo que las riquezas de la antigua creación rota por el pecado, como son la armonía del hombre consigo mismo, con los demás, con todo lo creado y con Dios, ha sido restaurada por Cristo al darnos la filiación adoptiva, que nos hace por la fuerza del Evangelio, capaces de luchar contra el mal a base de bien.

El Evangelio es de Marcos 4,35-40. Nos permite centrarnos en la pregunta: ¿quién es Jesús? Para ello se nos recuerda las aguas del Éxodo, donde Dios se reveló a su pueblo a través de Moises. Jesús se revela ahora como el verdadero Salvador. Los milagros son un anticipo significativo que nos muestran quien es Jesús, y pese a que los apóstoles se han dirigido a Jesus, en medio de la tempestad, este les reprocha su falta de fe, pues lo que les mueve ha sido el interés por obtener algo. Algo así nos ocurre también a nosotros, que tenemos todavía una fe imperfecta y que pide milagros. La conclusión es que solo la muerte y la resurrección de Jesus, pueden afianzarnos en la fe verdadera, de que es posible la aparición de algo nuevo en la historia humana lo que nos compromete a construir también un orden diferente de relaciones, liberadas de todo tipo de miedo en el interior del propio mundo.   

Fuente: Contemplar y Proclamar

Imagen: missiongeek.net

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