IV Domingo Pascual

La 1ª lectura es de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.34-35. El episodio es conocido con el título de: «conversión de Cornelio», pero también se le podría llamar: «conversión de Pedro» que pasa de una visión restringida a abrirse a la universalidad de la salvación que el sacrificio redentor de Cristo ha adquirido para toda la humanidad y no solo para Israel. Jesús, en la cruz derribó todos los muros de separación entre gentiles y judíos y en su resurrección la oferta de vida y resurrección se extiende a toda la humanidad. La escena de Cornelio visibiliza el proyecto de Dios, que consiste en ofrecer la salvación a todo el mundo. El camino que Jesus resucitado anunció a los apóstoles, de que fuesen sus testigos, hasta los confines de la tierra, no ha hecho más que comenzar. Los que no procedemos del mundo judío y hemos recibido la fe, estamos ante un hecho profundamente consolador.

La segunda lectura es de 1ª de Juan 4,7-10. La exposición se centra en la afirmación: «Dios es amor». Esto no es una afirmación especulativa, sino la proclamación del amor que Dios ha manifestado a través de su obrar; a través de su desmesurada caridad, que le ha llevado a darnos a su mismo Hijo único, el cual, a su vez, ha entregado su propia vida expiando con la muerte nuestro pecado. El mensaje que se nos da es claro: Sólo es posible estar dispuestos a dar otras cosas, si se está dispuesto a dar la propia vida. Y esto es lo que hizo el maestro. A partir de aquí, podemos afirmar que: «el amor procede de Dios y que todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios». La clave está en la Palabra que se encarna. Si con la encarnación, el Verbo que estaba en el seno del Padre, ha venido al mundo a revelar a Dios, con la resurrección, el hombre que estaba alejado de Dios, es llevado de nuevo a su seno, hecho hijo en el hijo. Si Dios se nos da gratuitamente en Cristo, también nosotros hemos de darnos. Si Dios nos ha amado en Cristo, también nosotros nos debemos amar.

El Evangelio es de Juan 15,9-17 y profundiza en el tema de la segunda lectura: el amor. Permanecer en Él, significa permanecer en su amor, es decir en esa circulación de caridad, de pura donación que es la vida trinitaria en sí misma y en su apertura al hombre, y permanecer en su amor, es sinónimo de «observar sus mandatos», esto es, ser una cosa con el Padre, y cumplir su voluntad. Unión de voluntades, que se da en la seguridad de que este es el verdadero bien y la fuente de la verdadera alegría, de la que participa también el discípulo. El resumen de todo esto es, el mandamiento del amor, el amor recíproco hasta dar la vida por los demás. Se trata de un amor mutuo, interpersonal, creativo, capaz de hacer caer las barreras, hace prójimo a todo hombre y hace nacer una amistad que sabe compartir las cosas más importantes.

Que podamos intuir en cada circunstancia los caminos que el Espíritu nos va abriendo para que pueda desplegarse el amor y llegar a todo hombre. También Pedro supo abrazar el designio de Dios: atento al Espíritu y a los hermanos, e indicó a la Iglesia naciente el nuevo itinerario de amor, dejándonos así un camino a seguir.

Fuente: Contemplar y Proclamar

Imagen: en.wikipedia.org

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